EXCELSIOR. Durante décadas, el ideal moderno de éxito ha estado acompañado de una rutina que muchos normalizan: pasar horas en el tráfico para llegar a un empleo en otra zona de la ciudad.
Sin embargo, múltiples investigaciones en salud pública, psicología laboral y urbanismo coinciden en algo alarmante: los trayectos laborales prolongados pueden deteriorar la salud física y mental de manera silenciosa, constante y progresiva.
Vivir lejos del trabajo no es sólo una cuestión de logística; es un factor que puede reducir tu calidad de vida, afectar tu bienestar emocional y desencadenar enfermedades crónicas que muchas veces no relacionamos con el volante o el vagón del metro.
Uno de los efectos más estudiados de los trayectos laborales largos es el incremento del estrés crónico. Investigadores de la Universidad de Waterloo, en Canadá, encontraron que las personas que viajan más de 60 minutos al día para llegar a su empleo reportan niveles significativamente más altos de ansiedad, irritabilidad y baja satisfacción general con su vida.
El principal detonante no es solo la duración, sino la sensación de falta de control sobre el tiempo: el tráfico, los retrasos, la incertidumbre.
El aumento del cortisol, la hormona del estrés, no solo empeora el estado de ánimo diario, sino que también eleva el riesgo de problemas cardiovasculares, insomnio y fatiga crónica.
Un artículo publicado por la Journal of Urban Health detalla cómo la exposición constante a ambientes ruidosos, aglomerados y poco predecibles contribuye al deterioro paulatino de la salud mental.
Cada hora invertida en un trayecto es una hora menos para ti. Según un reporte de Gallup en colaboración con la World Health Organization, los trabajadores con traslados diarios superiores a 90 minutos suelen dormir menos, se alimentan con mayor desorden y tienen menor probabilidad de realizar actividad física regular.
El resultado es un desequilibrio entre la vida personal y laboral que, con el tiempo, deriva en agotamiento emocional, menor motivación y síntomas de depresión.
Los efectos físicos de pasar largas horas sentado frente al volante o en el transporte colectivo son tan serios como invisibles. Investigadores del American Journal of Preventive Medicine revelaron que los desplazamientos prolongados se correlacionan con mayor riesgo de obesidad, hipertensión, diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares.
La razón es simple: la inactividad prolongada ralentiza el metabolismo, provoca tensión muscular —especialmente en cuello, espalda y piernas— y favorece hábitos sedentarios que luego se mantienen incluso fuera del trayecto. Esto, sumado al estrés, forma un cóctel ideal para el deterioro físico silencioso.
Un viaje largo no solo afecta la llegada, también influye en cómo se llega. Las personas con trayectos laborales extensos tienden a llegar al trabajo más cansadas, menos concentradas y con menor disposición emocional.
De acuerdo con la National Institute for Occupational Safety and Health (NIOSH), los efectos pueden traducirse en baja productividad, dificultad para resolver problemas, aumento en los errores y mayor irritabilidad interpersonal.
También se ha documentado que los trabajadores con traslados más largos tienden a reportar menos satisfacción con su empleo, lo cual puede escalar en rotación de personal y conflictos laborales.
Vivir lejos del trabajo implica, con frecuencia, una dependencia del automóvil privado, lo que incrementa la huella de carbono individual y la exposición diaria a contaminantes atmosféricos.
Según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente, los habitantes de ciudades con altos niveles de dióxido de nitrógeno (NO₂) y partículas finas (PM2.5) presentan más riesgos de enfermedades pulmonares, deterioro cognitivo y envejecimiento celular acelerado.
Lo que parece un asunto ecológico es, en realidad, un factor de salud personal. Respirar diariamente aire contaminado, especialmente durante horas pico, tiene efectos acumulativos en la función pulmonar y el sistema inmunológico.
La buena noticia es que existen formas de mitigar el daño. Aunque no siempre es posible mudarse cerca del trabajo o cambiar de empleo, sí se pueden reorganizar rutinas y entornos para reducir el impacto del traslado:
Algunas empresas ya comienzan a incorporar estos temas en sus estrategias de bienestar laboral, ofreciendo horarios flexibles, jornadas comprimidas o incluso transporte corporativo. Pero aún queda mucho por avanzar.
Vivir lejos del trabajo no es solo una molestia logística. Es un factor de riesgo para tu salud mental, física y emocional.
Los efectos son acumulativos, silenciosos y, en muchos casos, subestimados. El precio que se paga por una mala planeación urbana, horarios inflexibles o distancias extremas lo termina absorbiendo tu cuerpo, tu mente… y tu tiempo.