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Devuelven a dos reporteros de MILENIO de Venezuela; trataban de hacer un reportaje en el país

Por: Administración
2025-08-27 23:17:50
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MILENIO. Tenemos libertades que damos por hecho y que solo notamos cuando no están. Sé que es el lugar común “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, pero cuando pides permiso hasta para ir al baño y te mantienen detenido por 24 horas incomunicado y solo esperando, valoras eso que se llama libertad.

Gracias a mi trabajo, al cariño y confianza de mis jefes, he podido visitar nueve países en 15 años de reportero, pero no sabía que en el décimo, Venezuelael periodismo es “inadmitido”, como me dijo un mando militar.

“Aquí es distinto”, aquí te incomunican, con agua y arroz regresan a la prensa a sus países de origen, para no conocer la realidad que se vive bajo el mandato de Nicolás Maduro.

​​Estuve en Ecuador en noviembre de 2021, unos días después de que el presidente Guillermo Lasso declarara que los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación operan en su territorio.

Pude ingresar sin contratiempos al país con mi compañero camarógrafo, Hugo Armando López, y recorrerlo desde Quito hasta Manabí, donde grabamos algunos de los negocios, fachadas de los grupos criminales para lavar dinero, así como las embarcaciones que parten con droga rumbo a México y Estados Unidos.

Con el mismo cámara, en abril de 2022, estuve en El Salvador, cuando el presidente Nayib Bukele declaró la guerra a las bandas locales y sin problema, pero con cautela, ingresamos a los barrios operados por La Mara Salvatrucha (MS13) para documentar los operativos de sus aprehensiones.

En julio del año pasado hice un viaje de casi 20 horas por las carreteras de Guatemala

Llegué a la frontera con México y grabé con mi compañero Gerardo Torres las acciones de los Kaibiles para blindar su frontera, ante los amagos de cruzar de los cárteles asentados en Chiapas. También documenté las labores humanitarias y de refugio a nuestros compatriotas que huyen de sus lugares de origen por la violencia criminal.

Incluso en México he estado en zonas conflictivas. Creo que la más arriesgada fue la casa donde vivía María Consuelo Loera Pérez, en La Tuna, Badiraguato, Sinaloa; hasta donde fui para hacer una crónica de los enfrentamientos entre sus nietos y su hijo, Aureliano Guzmán Loera.

En cada una de estas coberturas, si bien hubo riesgo por el peligro que implican los temas, por no conocer las zonas y hasta por la violencia que gira en torno a ellos, nunca estuvo limitada mi actividad periodística ni mucho menos mis libertades.

Quién me iba a decir que era más limitante un cuarto de tres por cinco metros, que el Triángulo Dorado, que la Selva entre Chiapas y Guatemala y que los barrios más peligrosos de El Salvador y Ecuador.

¡Te vas a Venezuela!

Toda cobertura periodística arranca con una orden de información. Armé un plan de trabajo para estar una semana en Venezuela y reportear las últimas tensiones con Estados Unidos.

Además de gestionar el presupuesto, empecé a documentarme más a detalle, a través de medios locales e internacionales. Sobre estos últimos, en el momento pasé por alto que muchas de sus notas, principalmente las que daban voz a los opositores del gobierno de Nicolás Maduro, estaban firmadas desde Colombia, Argentina y hasta Estados Unidos.

En ese momento ignoré ese detalle, pero apenas unos días más tarde entendería la razón.

También llamé a la embajada de Venezuela en México presentándome como un reportero que iba a su país para hacer una cobertura periodística y pregunté si se necesitaba algún documento o permiso especial para ingresar al territorio.

De la representación me dijeron que “ninguno”. Únicamente debía mostrar mi vuelo de regreso a las autoridades migratorias en Venezuela, dónde me iba a alojar y detallarles mis actividades periodísticas, como en qué lugares iba a estar y a qué personalidades entrevistaría.

Me preguntaron si iba a recibir alguna remuneración económica en Venezuela por mi trabajo, les dije que no, que era una cobertura periodística financiada por un medio de comunicación particular. Ellos me dijeron que entonces no necesitaba nada en especial, que no veían mayor problema. Nada de documentos o permisos especiales.

Los días previos fueron para revisar dónde estaban los buques que Estados Unidos enviaría a Venezuela. Mi sorpresa fue mayúscula cuando di cuenta que uno estaba en Panamá (USS Sampson), otro en Jacksonville (USS Gravely) y uno más en Medio Oriente (USS Jason Dunham).

Gracias a la ayuda de varios amigos, pude hacer algunos contactos en Venezuela, que me podrían acercar tanto a opositores como a funcionarios del gobierno de Maduro para mis notas.

¿Bienvenidos a Venezuela?

Arrancamos la cobertura a las 02:00 horas del domingo, en el vuelo CM 857 de Copa Airlines con escala de dos horas en Panamá, documentando tres maletas: dos con ropa y artículos de higiene personal, y una más con el equipo de Gerardo.

Pasamos las dos horas sentados en la sala de espera. La falta de sueño y de apetito apenas nos hizo tomar un café. Unas horas después me arrepentí de no haber desayunado bien.

Nuestro vuelo a Caracas fue el CM 224 de la misma aerolínea, llegamos poco minutos antes de las 12:22 horas, algo que celebró el capitán del avión.

Gocé de la fortuna de los que vamos cerca de la ventanilla: la toma panorámica de Maiquetía, que es la ciudad donde está asentado el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, y que al menos desde el aire, se ve linda y paradisiaca.

Según las notas que leí, personal de inteligencia y del Ejército de Venezuela indican que “una vez que el enemigo llegue a La Guaira se activa la milicia comunal”. Yo pensaba desde el aire hacer una nota de cómo viven estos momentos de tensión los habitantes de la zona.

Al ser una zona turística, saber si habían caído sus reservaciones, la afluencia de personas, o si tenían alguna medida o protocolo en caso de la llegada de las fuerzas estadunidenses.

También ese viernes Maduro anunció que el fin de semana se haría una jornada de “alistamiento nacional de civiles a la Milicia Bolivariana” en plazas públicas, batallones y zonas regionales del Ejército.

Teníamos apenas seis horas para hacer las dos notas y estar listos por la noche, para enlazarnos al prime time de MILENIO Televisión y dar los reportes en vivo.

Apenas aterrizamos, le dije a Gerardo que nos diéramos prisa con las tres maletas para rentar el coche y salir a reportear de inmediato. Aunque eran dos horas más allá en Caracas, teníamos que ir un paso adelante de México.

Apenas cruzamos el túnel de desembarque para ir a las bandas de equipaje, noté un letrero de “Se busca” con la fotografía del ex candidato presidencial, Edmundo González Urrutia:

“Por los delitos: conspiración, complicidad en el uso de actos violentos contra la República, usurpación de funciones, forjamiento de documentos, legitimación de capitales, desconocimiento a las instituciones del Estado, instigación a la desobediencia de las leyes, asociación para delinquir, entre otros”.

Por el político autoexiliado se ofrece una recompensa de 100 mil bolívares, algo así como 700 dólares; la mitad del precio del teléfono con el que tomé la foto y el video.

La postal me pareció una nota. Pues mientras en el mundo circula el cartel de “Reward” con la fotografía del presidente Nicolás Maduro que ofrece 50 millones de dólares por delitos de 'narcoterrorismo', en Venezuela no existe esa imagen.

La imagen de González Urrutia se repite en cada puerta de desembarque y arrecia en la salida/zona de migración.

Nos formamos en la fila de “extranjeros” esperando nuestro turno para ser entrevistados por el personal migratorio. Se nos acerca una funcionaria bajita y nos pide los datos de nuestro de vuelo de regreso y las referencia de dónde nos vamos a hospedar. Todo bien hasta ahora.

—¿A qué se dedican?—

—Somos reporteros—, respondí.

Le cambió el rostro y nos pidió nuestros pasaportes, los volveremos a ver hasta dentro de 36 horas pasando por tres países.

Pide apoyo y se acerca otra funcionaria de migración con las mismas preguntas, sumándole:

¿Pero quién los invitó?

“Nadie, solo queremos documentar y dar a conocer lo que se vive aquí en Venezuela, tras las declaraciones de la Casa Blanca”, respondo.

Nuevamente hay silencio mientras ven nuestros pasaportes, hasta que lo corta una nueva pregunta: 

¿Pero quién los invitó, quién les autorizó?”

Le explico a la funcionaria que me contacté con la embajada y sorprendida me dice: “¡Espéreme tantito!”.

Va a una oficina donde salen más de sus compañeros vestidos de negro y nos observan.

En nuestra fila hay personas de Brasil, Chile, Perú y otros paisanos. Los primeros pasan tras varios minutos durante los que cotejaron sus datos en celulares y en las oficinas. Los mexicanos esperan un poco más, pero nadie les dice por qué.

Tras una hora en la que permanecimos en la fila llega una persona vestida de civil y se lleva a Gerardo, 

¡Deje sus cosas y acompáñeme!”, obedece sin chistar y lo lleva a la parte de atrás.

A mí se me acerca nuevamente la segunda funcionaria y me pregunta:

—¿Para qué medio trabaja?—

—Grupo MILENIO, señorita.—

—¿De qué noticias hablan?—

—Política nacional, internacional. Economía, deportes, espectáculos, de todo.—

¿Son de derecha o de izquierda?—, me pregunta.

—Somos un medio de comunicación.—

Respuesta que le incomoda, pero que registra en sus anotaciones del celular. Me deja.

De reojo veo que Gerardo sigue con el funcionario de civil, los mexicanos por fin avanzan, no sin antes tomarles una foto previo cruce a la salida.

De pronto se acerca un señor mayor con barba y cabello largo blanco, el estereotipo del estadunidense que te llega a la cabeza.

Porta una playera azul que dice “USA Marine” con un logo. Una de las funcionarias apenas le pide mostrar su pasaporte e ingresa sin ningún problema. Sin preguntas de vuelo de regreso, ni donde se hospeda, nada.

Pasando las dos horas formado en la línea, llega un joven que porta una chamarra que dice “contrainteligencia” y me vuelve a preguntar mis datos personales, motivo del viaje, mis vuelos, y hospedaje, hasta la dirección de mi casa en la Ciudad de México.

Contesto todo con la verdad, no tengo nada que ocultar.

Tras varios minutos me deja ahí de nuevo. Personal de tierra de la aerolínea se me acerca y me dice que mis maletas llevan dos horas en la banda, y le digo “y parece que va para largo”; se ofrece a resguardarlas.

Veo que Gerardo le está enseñando su celular al funcionario de civil y saco rápido mi celular y dudo si borrar u ocultar las fotos que tomé de los carteles de González Urrutia, opto por ocultarlas.

Se acerca otra funcionaria vestida de negro y me vuelve a hacer el mismo hilo de preguntas, pero más relajada, me dice que tiene muchos amigos mexicanos en Venezuela.

“Cocinan muy rico. Apenas vi a mi amigo y cenamos antes de que se fuera a su plataforma petrolera”, cuenta.

Me pide que deje la fila y me vaya a la parte de atrás hasta donde se me acerca “El comisario Pablo”, quien previamente se había llevado a Gerardo.

El comisario es directo conmigo: “Estamos viendo cuál es la situación de ustedes, pero necesito que me diga la verdad, por favor”, a lo que accedo sin dudarlo.

Me pide que saque mis celulares y le muestre mis fotos. No hay nada más que fotos de mi sobrina. Me pide abrir los whatsapp y el celular y me lo entrega tras varios scrolls y solicita que le enseñe las notas que he hecho.

Le muestro las elecciones que cubrí en Brasil y Colombia, las notas que hice tras la salida de Evo Morales en Bolivia y las antes mencionadas en Ecuador y El Salvador.

Aprovecho para decirle que en ninguno de estos países tuve alguna limitante para trabajar

“Entenderá que aquí es diferente”, me respondió.

Se relaja un poco y me pregunta sobre algunos sitios a los que he viajado; respondo amablemente esperando nos deje ir, porque mis horas para hacer las notas y enlaces se reducían. Ingenuo.

Le comento que voy al baño. 

“Deje sus celulares aquí conmigo y lo que tenga en las bolsas, yo se lo cuido”, me dijo.

Regreso del baño y ahora la funcionaria regresó conmigo, me dice que es de la policía de Venezuela y que “nosotros no tenemos problema con dejarlos pasar”.

Me dice que llevan prisa pues tienen la orden de ir a una plaza pública para participar en el proceso de alistamiento y le pregunto que si nos llevan porque queremos hacer esa nota.

Me comenta que es a unos diez minutos y me explica cómo llegar. Siento que por fin la suerte nos está cambiando. Se acerca el funcionario de contrainteligencia con ella y me dice que “tampoco tienen nada contra ustedes, yo creo que ya van a pasar”.

Incluso me recomienda unos lugares para comer y no extrañar la cocina mexicana. Los minutos avanzan y mi objetivo de hacer dos notas se pierde, pienso hacer solo una para el día.

Me piden me acerque a Gerardo y nos toman una foto juntos para “mandarla a los mandos”. Sonreímos y dan click.

Más minutos, ya tenemos cinco horas con más preguntas que respuestas. De pronto llega un joven militar y se lleva a la policía y al comisario, nos mandan llamar a una oficina donde están las fotos de Simón Bolívar, Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

Inadmitidos

Me dice en seco: “No van a poder pasar, sus actividades no están permitidas en nuestro país”.le cuestionó el porqué y responde que “desde el gobierno no se autorizaron sus actividades. No están autorizadas las actividades periodísticas”.

Antes de decir algo más, nos pide nuestros celulares y nos avisa que se van a quedar con nuestros pasaportes. Le pido hacer una llamada a mi trabajo para dar cuenta de lo que pasó y sobre todo que estamos bien.

—No pueden tener ningún tipo de comunicación.—

—¿Cuál es el delito, o por qué nos van a tener incomunicados?—, cuestioné.

Son las reglas, caballero— dijo tajante.

A regañadientes entregamos los celulares. Nos piden sacar los equipos que tengamos en nuestras mochilas y les toman foto.

Gerardo trae un kindle y yo el volumen dos de 100 mitos de la historia de México, nos dicen que durante la “custodia” no podemos sacarlos ni leerlos.

El registro de nuestras cosas tarda una hora más, pedimos que añadan las maletas que documentamos y nos dicen que están ya resguardadas.

Nos llevan a un cuarto de tres por cinco metros con tres sillones y le piden a dos trabajadores de tierra que nos mantengan vigilados hasta que encuentren lugar para regresarlos a México.

Los trabajadores se sorprenden por la medida. Uno nos cuenta que “nunca le había tocado algo así” y que debe avisar en su casa que no llegará y a su jefe que le pague las horas extras.

El cuarto está en el mismo aeropuerto, junto a una entrada de personal autorizado que es resguardada por dos militares venezolanos debidamente armados y quienes son los que controlan lo que pasa con nosotros.

El personal de aerolínea nos lleva dos platos de arroz con carne y agua. “Fue lo único que encontré”, dijeron. Hasta las 18:00 horas del domingo me di cuenta que no habíamos roto el ayuno.

Después de comer me acerco a mi mochila para sacar mi libro y me enteran los trabajadores que no puedo sacar nada de mi mochila porque los militares se enojarán.

Veo las cuatro cámaras que nos vigilan. Me recuesto en uno de los dos sillones y me quedo dormido. A las 22:00 horas me levanto para ir al baño y me dicen los trabajadores que pedirán permiso al personal del Ejército.

Acceden, pero debo ir vigilado. Siento que regrese a la primaria, donde tenías que pedir permiso y no tardar, para que no piensen que te saltaste la clase.

Regreso y trato de hablar con los trabajadores pero son parcos, tampoco quieren problemas.

Creo que nunca he tenido una dependencia de mi celular más allá del trabajo. Puedo pasar horas y días sin él, pero soy inquieto y siempre necesito un libro o música, ver una serie. En esos momentos solo podía ver el fastidioso tilteo de una lámpara y su escuchar su zumbido.

Nunca en mi vida adulta había dormido vigilado por alguien, pero dormir era la única manera de que pasara el tiempo más rápido.

En la mañana me despertó la voz de un mando militar que preguntaba por los “inadmitidos”.

Que nos iban a mandar en vuelos separados porque no había espacio, y regañó a los trabajadores de la aerolínea por hablar con nosotros.

“No pueden hablar con ellos, porque hay riesgo de que los manipulen y les pidan escapar”, recordé la serie que me recomendó mi jefa, Homeland, y me dio risa porque no creo ser tan hábil para ello.

Un supervisor de Copa se acercó a nosotros y se disculpó por la situación: 

“Estamos muy apenados por lo que tuvieron que pasar, esperemos regresen pronto”, sonreímos y preguntamos por nuestros pasaportes, celulares y maletas.

Nos explican que nos los darán los pasaportes al abordar junto con los celulares, pero que no los prendamos hasta Panamá, y sobre nuestras maletas, que ya están embarcadas en el avión.

Apenas subimos al avión CM 222 desobedezco la indicación y me comunicó con mi director de información y mi editora, y les hago un teaser de mis últimas 24 horas.

Me preguntan si estoy bien y les digo que solo frustrado por no haber cumplido con mis notas.

Ya en Panamá les doy más detalles, comemos por fin y esperamos abordar el vuelo CM 188 que va hacia la Ciudad de México.

Con la calidad de “inadmitido” eres el primero en abordar y personal de la aerolínea te acompaña hasta asiento, uno de los beneficios de ser expulsado de un país.

Volvemos a preguntar por nuestras maletas y nos afirman que sin problema las recibiremos en nuestro destino final.

A las 23:00 horas aterrizamos en la Ciudad de México sin mayor nota internacional que nuestro abrupto retorno. Una señorita de Copa Airlines nos entrega por fin nuestros pasaportes y pregunta los motivos por los que no nos dejaron pasar.

Le respondo: “somos reporteros…” y me frena “Con razón, ellos tienen problemas con los medios y siempre los regresan”. 

Le pregunto si tengo algún problema para regresar y me dice que “como turista no creo, pero seguro van a vigilar que no hagan reportajes”.

Nos entrega una carta con los logos del Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, firmada por John García, jefe de los servicios equipo Soublette, en la que explica que no somos “admisibles”.

Esperamos varios minutos nuestras maletas en la banda cuatro, para enterarnos que no llegaron. La misma trabajadora nos atiende amablemente y nos ayuda a levantar el reporte y nos cuenta que las maletas nunca salieron de Caracas.

Ya pasa la media noche y salimos con nuestros reportes de las maletas. Abro mi Instagram de camino a mi casa, su casa, y lo primero que veo es un posteo de Nicolás Madura corriendo con su Ejército cantando que no tienen miedo a las fuerzas de Estados Unidos y que “el pueblo de Venezuela los enfrentará con valentía”.

Y me lamento: “¡Chinga! ahí estaría”.


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