La historia del chico de "La Niñera"

Por: Administración
2020-08-26 17:34:40
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Cuando reapareció frente al público después de un largo periodo de ostracismo -en un reencuentro online de todo el elenco, en abril-, exhibía algunos kilos más y muchos pelos menos. En Benjamin Salisbury ya poco quedaba de aquella estrella en la que se había convertido de manera precoz, a partir de la interpretación de un adolescente adinerado en la serie La Niñera.

Del Brighton Sheffield con el cual se identificaba en ciertos rasgos de su personalidad, este hombre cercano a los 40 todavía conserva el humor con el cual se dirigía a sus hermanas en la ficción, Maggie (Nicholle Tom) y Grace (Madeline Zima). ”Soy sarcástico, definitivamente -contaba en un reportaje de aquella época-. Bromeo con mis hermanas, las verdaderas y las de la televisión. Así que es más o menos lo mismo: este es un trabajo bastante fácil”.

Pero el Benjamin adulto también podría reflejarse con esa sensación que tenía su personaje: sospechaba que lo excluían de la dinámica familiar por ser el único hijo varón del acaudalado productor de Broadway Maxwell Sheffield (Charles Shaughnessy). Aunque en rigor, en la vida real fue Salisbury el que buscó hacerse a un lado: alcanzó el destierro por decisión propia.

Cuando a mediados de los 90 atravesaba el éxito de la adorable Fran Fine (Fran Drescher), con esos 146 capítulos emitidos a lo largo de seis temporadas en la cadena CBS, el Benjamin adolescente -cumplió 13 años a días del estreno del primer capítulo- proyectaba un futuro en el espectáculo cuando The Nanny concluyera. “¡Quiero estar en este negocio!”, se entusiasmaba, como si en verdad hablara un empresario de la industria del entretenimiento. Y de inmediato, como desechando esa especulación, recurría a la humildad: “No me importa si se trata de subir a un escenario o ser asistente de un guionista, quiero hacer cualquier cosa. Disfruto cada situación”. Ser director de un programa asomaba como el anhelo máximo.

A ese joven apasionado por el baile -cuyo vicio exhibía en algunos episodios de la serie- lo asombraba gratamente que le pidieran autógrafos, que se acercaran a saludarlo, que no pudieran creer que ese... ¡que ese fuera él! Porque eso mismo le sucedía cuando, al participar de algún evento o asistir a una premiación de La Niñera, tenía a su alcance a las figuras que desde chico miraba en el cine y la televisión. “Estoy tan emocionado...”, confesaba en esas noches, con la inocencia intacta.

The Nanny salió al aire por última vez el 23 de junio de 1999, con un Benjamin pronto a celebrar sus 19 años. Al concluir la secundaria en una escuela pública de su Minnesota natal, se inscribió en la American University, de Washington DC. La política empezó a despertar su atención, y así como seguía vinculado al Teatro Mann -ubicado en su ciudad- trabajaba de pasante para el demócrata Richard Gephardt, por aquellos años líder de la minoría de la Cámara de Representantes.

Casi como si fuera desperezándose, Salisbury iba despertando del sueño de continuar brillando bajo los focos de los estudios televisivos. En la pantalla grande había adquirido cierto reconocimiento -incluso antes de La Niñera- al participar del elenco de la comedia Capitán Ron (1992), con Kurt Russell y Martin Short. Para cuando en 2002 rodó su cuarta película (Simone, junto a Winona Ryder y Al Pacino, nada menos), ya había reescrito sus planes. Al espectáculo solo le reservaría el rol de espectador: hizo algún que otro comercial y poco más. Antes que cualquier papel que le ofrecieran, valoraba más el cuadrito con el título de periodista que ya colgaba en su living: se había graduado con honores.

Ya en los 2000, mientras en distintos países se multiplicaban las repeticiones de la sitcom que lo mostraba como un adolescente eterno, Salisbury daba un paso al costado y optaba por ubicarse allí donde la prensa no lo notaría. Cuando en 2006 se casó, la boda ni siquiera mereció una línea en algún diario de Minnesota. El nacimiento de sus dos hijos tampoco requirió atención alguna. Benjamin estaba a gusto con esa vida, aunque el público no lo supiera. O más bien, justamente por eso.

Al dejar de recorrer las alfombras rojas, este libriano -a contramarcha de la frivolidad que, dicen los que saben, suele caracterizar su signo- comprendió que nada había perdido. Y tal vez, solo quien nada tuvo podría alcanzar esa conclusión.

Benjamín contaba con apenas cinco años cuando su madre -embarazada y con otros dos hijos- debió hacer de su auto una casa, al perder la propia. Los cuatro vivieron varios meses en el coche, estacionado en el predio de una parroquia. “Ese era nuestro hogar. Y cuando nuestro amigos venían a jugar, tenían que golpear las ventanillas en lugar de una puerta de madera”, recordó el actor en un reportaje, con absoluta naturalidad.

Esa mujer, ya con cuatro hijos, recibió el apoyo de la iglesia del lugar. Y el niño Salisbury se aferró a Dios. No lo soltaría jamás.Tiempo después, con la economía familiar aún con zozobras, asistió con un amigo al teatro local. Al volver esa noche, compartió su entusiasmo con su mamá: había quedó fascinado con la obra vista. Más tarde ella lo acompañó a una audición, y al chico no le fue nada mal...

Benjamin tenía nueve años cuando subió a un escenario por primera vez: en Sleeping Beauty, the Musical actuó, bailó y cantó. Porque en un medio como el espectáculo -que reniega de la fe y opta por aferrarse a las cábalas y las supersticiones- alguien notó de inmediato que aquel niño que creía fervientemente en Jesús, tenía ángel.

Llegarían así más musicales. Comerciales televisivos; el debut en la pantalla grande. Y el dinero, que hizo olvidar viejos pesares. Enseguida el suceso de La Niñera, con la fama, la popularidad, el éxito. Y luego, el ostracismo tan deseado. Y en consecuencia el olvido, que se prolongaría por casi dos décadas hasta que un Salisbury ya adulto hizo su reaparición.

Para asombro de muchos y desconcierto de varios, ya nada quedaba de Brighton Sheffield.

Pero, ¿y Benjamin? ¡Feliz! Quien nada tuvo, hoy tiene todo aquello que buscó, aunque no coincida con las reglas del entretenimiento.

Fuente: Martín Fernández Paz / La Opinión