MILENIO. Cuando era niña, Matilde María Jiménez Ferraz dormía en un petate en el suelo de su casa en Oaxaca. El dinero que su familia lograba por hacer ladrillos y vender tortillas no alcanzaba para comprar cobijas y mucho menos una cama.
Matilde es ahora una mujer de 59 años de edad que trabaja como conserje en la primaria Lic. Alfredo del Mazo González, en Magdalena Atlicpac, Estado de México, donde ha vivido por más de dos décadas entre rutinas diarias de limpieza, ventas y preocupaciones por el futuro de sus hijos.
Mientras ella se afana en su trabajo, sus nietos están en la escuela pensando en ser médicos o profesores, sueñan con un futuro diferente. Ellos, sin embargo, parecen simbolizar una rara excepción.
Su historia, según el Informe de Movilidad Social en México 2025 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), cae dentro de las 28 de cada 100 personas que, habiendo crecido entre el 20% de la población con menores recursos económicos, únicamente logran ascender al siguiente 20 por ciento.
El logro de Matilde no resulta menor, ya que 50 de cada 100 personas con su mismo origen no consiguieron ningún ascenso en su posición económica. Y aunque ella sí lo logró, el camino por seguir aún es arduo tanto para ella como para sus hijos y nietos.
Esta es la primera de tres partes de la serie especial Desigualdad en México.
Los padres de Matilde, sin estudios formales, no hablaban de futuro, de sueños ni de ascenso social. Solo de trabajo. Mientras su madre amasaba tortillas para vender y su padre moldeaba ladrillos bajo el sol, Matilde fue a la escuela, pero únicamente hasta primaria, como el 39% de los hijos de padres con primaria o menos.
Su historia no es una excepción; representa el ciclo de la baja movilidad social intergeneracional en México.
El CEEY documenta en su Informe de Movilidad Social en México 2025 que solo dos de cada 100 personas nacidas en los hogares con menores recursos económicos logran escalar hasta el 20% más alto de recursos económicos, demostrando la gran dificultad que hay para mejorar el estrato social.
Matilde ya enfrentaba un camino empedrado para su futuro al provenir de un hogar con bajos recursos económicos, pero este se complicó más por dos factores: ser mujer y haber nacido en el sur de México.
Como se menciona en el informe de Movilidad Social, en México 2025, el “logro de dos personas que cuentan con el mismo potencial y llevan a cabo el mismo esfuerzo (…) Resultará distinto y más distante en contra de aquella que, además de provenir de un hogar en la parte baja de la escalera de recursos económicos y cuyos padres tuvieron un menor nivel de escolaridad, nació y creció en una zona rural de la región sur del país, es mujer, pertenece a un grupo indígena y tiene un tono de piel más oscuro”.
Matilde nació en un pueblo pequeño de Oaxaca, donde las paredes de carrizo y las noches calurosas en el suelo eran su realidad.
“Mis padres eran muy pobres, no tenían dinero… no me dieron estudios”, dice, remarcando lo que millones de mexicanos viven desde hace generaciones: una escasa o nula movilidad social.
La migración fue la salida de Matilde. Decidió seguir a su esposo y mudarse a la Ciudad de México, donde la vida parecía ofrecer más posibilidades, pero no resultó en una mejora inmediata.
Regresó a Oaxaca, luego volvió a la capital del país, y finalmente se asentó en el Estado de México. Aunque la migración le dio un espacio para hacer crecer su familia, las dificultades económicas no cesaron.
La vida de Matilde se construyó en torno a un ritmo repetitivo de trabajo en el hogar y de búsqueda constante de pequeños ingresos: vendía pan, hacía tortillas, y finalmente encontró trabajo como conserje en la escuela primaria.
“Yo, cuando empecé a trabajar, la verdad, no le dije a mi esposo. El dinero que me daba, la verdad no me alcanzaba. Yo tenía que trabajar por mi cuenta, porque mi esposo a veces no podía darme lo suficiente”, explica Matilde sobre las decisiones que tomó para salir del fondo de la escalera social.
Trabajar como conserje le permitió ganar algo más, aunque nunca suficiente para acceder a una vida mejor. El dinero lo usaba para complementar lo que su marido le daba, pero su jornada laboral era agotadora.
“Primeramente Dios. Me levanto temprano, me voy a la escuela a hacer unos aseos. Ya de ahí me paso al mercado a comprar y regreso aquí a mi casa para hacer mi comida”, describe la señora.
De la primaria a la cocina, del mercado a la tienda escolar. Su día nunca se detenía, pero su ascenso social, como el de tantos mexicanos en su situación, era lento y difícil. Matilde veía cómo el esfuerzo de tantos años apenas lograba mejorar su situación.
Con todo y su educación limitada, logró que sus hijos llegaran a la preparatoria. “A mis tres hijas les dije, no mucho, pero sí estudiaron la prepa. Ya los dos hombres, pues no quisieron estudiar”.
Mediante sacrificios, Matilde logró que tres de sus cinco descendientes estudiaran preparatoria. Las mujeres fueron las que, quizás por ese impulso extra de la madre, lograron aspirar a algo más allá de lo que ella misma pudo alcanzar.
Pero aun así, la educación no fue suficiente para lograr un cambio total en la situación de los miembros de su familia.
Una de sus hijas logró convertirse en enfermera, otra trabaja en limpieza, y la más pequeña está en proceso de ser maestra, pero como su madre, aún se enfrenta a un futuro incierto.
Aunque Matilde se siente orgullosa de que sus hijas continúan con los estudios que ella no pudo completar, la brecha de desigualdad de oportunidades sigue siendo patente. La movilidad social es posible, pero con limitaciones, sobre todo en un país donde la pobreza y las barreras educativas son demasiado grandes.
Hoy la señora observa a sus nietos con una mezcla de esperanza y resignación. Mientras cuida a su descendencia, las expectativas de cambio social para ellos y ellas siguen siendo limitadas, a pesar de los esfuerzos que hizo por su familia.
“Sí, la verdad sí disfruté de mis hijos… de mis 11 nietos”, dice Matilde con una sonrisa tímida, pero su mirada revela que, para ella, la lucha continúa.
Aunque el esfuerzo y la perseverancia fueron su herramienta de ascenso, ella sigue atrapada en una posición económica baja que es difícil de superar. A pesar de que los datos del CEEY muestran la existencia de una pequeña ruta para la movilidad social ascendente, esta se diluye en la periferia de las grandes ciudades.
En lugares como Magdalena Atlicpac, la estructura social sigue siendo rígida y la movilidad social intergeneracional, limitada. No todos los territorios ofrecen las mismas oportunidades, documenta el CEEY, y Matilde lo sabe de sobra.
Matilde es una de las excepciones que logró ascender un peldaño, pero se enfrenta a un techo muy bajo. La movilidad social es un camino lleno de obstáculos.
A pesar de todas las horas que trabaja dentro y fuera de casa, aún no logra cumplir sus sueños: conocer la costa de Oaxaca de la que escuchaba a diario cuando vivía cerca de ella, y ver cómo cada uno de sus hijos puede hacerse cargo de su propia vida.
Mientras tanto, la señora seguirá barriendo los pasillos o vendiendo en la tienda de la escuela Lic. Alfredo del Mazo González. Ella va a seguir empujando cada día los límites de lo que parecía escrito para ella y su familia.
Quizá no vea el cambio completo, pero en cada uniforme escolar limpio, en cada cuaderno nuevo de sus nietos, hay una promesa: que lo que fue su destino no sea también el de ellos.